Ser el gordito de la escuela ya no es una excepción. Aunque todavía hay quien, por serlo, es el blanco de las burlas en la escuela, los “llenitos” están dejando de ser una minoría en el salón. Hace 20 años, por cada niño gordito había otros 20 que no lo eran. Hoy, la proporción se ha reducido, y por cada menor obeso hay sólo tres que tienen un peso adecuado.
La más reciente Encuesta Nacional de Salud y Nutrición, realizada en 2006, demostró que eran ciertas las predicciones: en el mundo no hay país en el que la obesidad infantil esté avanzando más rápido que en México. Entre 1999 y 2006, pasamos de 20 por ciento de los niños con sobrepeso u obesidad a 27, es decir, un punto porcentual por año. Y en los adolescentes es peor, el 33 por ciento tiene ese problema.
¿Qué hace que nuestros niños se estén volviendo cada vez más gordos? Imagine que llena el tanque de gasolina de un auto una y otra vez, sin siquiera echarlo andar, hasta reventar la bomba. Así los niños van llenando su cuerpo de combustible que después no queman, calorías que compran en la escuela, encuentran en el refrigerador de la casa o en la tienda de la esquina. Se va acomodando, estira la piel al máximo y forma bolsas de grasa en los pliegues.
Juan Rivera, especialista en nutrición del Instituto Nacional de Salud Pública, dirige a un equipo de especialistas que estudia desde hace más de diez años las causas de la obesidad en México.
“Estamos convencidos de que no se trata, como la industria ha querido hacer creer, de un problema de origen genético; los genes no podrían haber cambiado en 18 años, tiempo en el cual hemos pasado de ser un mexicano con sobrepeso por cada diez, a uno de cada tres”, explica Rivera.
Mucho tiempo se ha invertido en investigaciones que buscan encontrar una razón genética para la obesidad, pero aunque el mexicano tiene una predisposición biológica a subir de peso, no se ha podido comprobar que esa sea la causa.
Otras teorías han buscado encontrar una relación entre la mala nutrición durante el embarazo y el bajo peso al nacer: el feto, acostumbrado a recibir poco alimento aprende a aumentar su capacidad de almacenar energía y programa al organismo para que en el futuro sea propenso a la obesidad, diabetes y enfermedadescardiovasculares.
Las evidencias científicas indican que las razones están en el desequilibrio energético. En vez de elegir frutas y verduras los mexicanos están tomando alternativas de alimentos de mayor densidad energética y menor valor nutritivo. México se encuentra en un claro proceso de transición nutricional nada favorable para su salud ; cada vez consume más carbohidratos refinados, grasas y alimentos procesados, frente a una reducción en el consumo de granos enteros, vegetales y fibra dietética, que formaban parte de las dietas tradicionales.
Los niños mexicanos sacian su hambre en primer lugar con grasa, después con carbohidratos y mucho menos con fibras. Al mismo tiempo se han vuelto más sedentarios y cada vez realizan menos actividades físicas.
El análisis de los alimentos que adquieren las familias mexicanas con base en la Encuesta Nacional de Gasto en los Hogares 1984 y 1999 indica que en un periodo de quince años, de 1984 a 1999, hubo un cambio radical en la dieta de los mexicanos. La compra de refrescos aumentó 37 por ciento y la de carbohidratos refinados 6 por ciento. En contraste compraron 30 por ciento menos frutas y verduras, 27 por ciento menos leche y redujeron la ingesta de carnes en 18 por ciento.
Sólo ocho por ciento de los niños consume la cantidad de frutas y verduras que se recomienda, que equivalen por ejemplo, a tres manzanas o cuatro plátanos, pero 56 por ciento consume menos de una pieza de fruta al día.
Además, cada vez hay menos tiempo disponible para seleccionar los alimentos y cocinarlos, por lo que se opta por alimentos procesados. El poco tiempo que los padres pasan en casa, aunado al aumento de la inseguridad en la calle, facilitan un estilo de vida sedentario y un aumento en el tiempo empleado en ver la televisión y otras ideas, como el de que alimentar al niño es un acto de amor. También se asume que los bienes que favorecen la vida sedentaria son un símbolo de estatus social.