martes, 16 de septiembre de 2008

ATAQUE A LAS CALORÍAS

Ángel, de apenas 11 años, desayuna todos los días un sándwich, nunca fruta. En la escuela, ya para la hora del recreo, tiene un hambre atroz. Son las 10:30, la hora de comer sopes, papas fritas y galletas, sin menospreciar el lonche que le preparó su mamá, otro sándwich igual al de la mañana. Para las 12:30, Ángel habrá consumido la mitad de las calorías necesarias para todo un día. Aún le faltan más frituras y dulces que comprará a la salida de la escuela, la comida en casa, las botanas mientras mira la televisión o se entretiene con videojuegos por la tarde y el cereal con azúcar de la cena.

Niños como Ángel le dejan a las tienditas escolares 19,400 millones de pesos al año por la compra de productos altos en grasa, sodio o azúcar. Sin embargo, se trata de un segmento que las propias compañías de alimentos y bebidas no consideran significativo, pues tienen un mercado valuado en 672,000 millones de pesos, según Euromonitor.

Pero lo que el gobierno y los maestros decidan hacer en las escuelas podría ser una ola expansiva que cambie lo que las mamás compren a sus hijos.

Las escuelas se han convertido en el punto de ataque. La obesidad infantil fue la que más creció en los últimos años (subió 33% desde 1999, en menores de cinco a 11 años de edad). Hoy en día, una tercera parte de los niños y de los adolescentes tiene sobrepeso. Además, en las escuelas, donde pasan una tercera parte del día, se da el mayor consumo calórico. Ángel, con 25 kilos de más, podría desarrollar enfermedades que hace unas décadas eran propias de los adultos. Los niños obesos, con padecimientos de grandes, son una bomba de tiempo para el gobierno; el presupuesto ya está diluyéndose en el de por sí caro tratamiento de adultos con diabetes tipo dos, hipertensión o enfermedades cardiovasculares, todas ligadas a la gordura. No es la primera vez que los intereses del gobierno y de una industria se enfrentan en temas de salud. Pero el gobierno tuvo menos problemas para confrontar a la industria del tabaco, dada la evidencia mundial de los daños que causa. Atacar al osito Bimbo o a la chispa de Coca-Cola es como meterse con el Santa Claus de los niños.

En el Congreso se cocina una ley nacional de nutrición, pero la Secretaría de Salud (SS) ya lanzó su primer ataque frontal el 25 de febrero pasado, cuando presentó la ‘Jarrita’, una serie de recomendaciones sobre la ingesta de bebidas hechas por cuatro científicos mexicanos y otros de las universidades de Harvard y Carolina del Norte. De jugos, sólo medio vaso por día, estableció: y los refrescos, mejor evitarlos.

Un día después, el Senado aprobó la ley antitabaco y les robó los titulares. Aun sin reflectores, la ‘Jarrita’ desató una catarata de acciones y marcó un hito en las relaciones empresa-gobierno. El Consejo Mexicano de la Industria de los Productos de Consumo (ConMéxico), que agrupa a las 30 mayores fabricantes de alimentos y bebidas, como Coca-Cola, PepsiCo, Bimbo, Jumex y Unilever, encargó estudios a la Fundación Mexicana para la Salud, para hacer contrapeso a los argumentos del gobierno federal. Además, convocó a cinco de las organizaciones con mayor peso en el país para sumarse a su defensa. Desde entonces se reúne una vez a la semana, en una sala de juntas de avenida Palmas, en el DF, con los representantes de la Confederación de Cámaras Industriales, el Consejo Coordinador Empresarial, la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación y el Consejo de la Comunicación.

Nunca antes tantas organizaciones de la industria habían cerrado filas. La intención es frenar la otra epidemia, la de las ‘estrategias antiobesidad’ de gobiernos y congresos. “Satanizar un producto es atacar sólo una parte del problema”, observa Rafael Fernández, vicepresidente de Asuntos Corporativos de Coca-Cola de México.

ConMéxico contrató a Estrategia Política, el despacho de Gustavo Almaraz, el que unos años antes cabildeó en favor de los casinos en la Ley de Juegos y Sorteos. Cabilderos e integrantes de ConMéxico viajan, desde hace dos años, para frenar las iniciativas en los congresos federal y de los estados.

En 2005, Sonora fue la primera entidad en proponer una reforma a su Ley de Educación para prohibir la venta de los alimentos bajos en nutrientes y bebidas altas en azúcar en las escuelas. Baja California hizo esa modificación legal en noviembre de 2006. En total, 23 estados han emitido leyes o iniciativas en la materia.

La industria sigue la táctica de anticiparse con propuestas para detener proyectos como el de un legislador federal del Partido Verde, que en el último día de sesiones del último periodo ordinario propuso cuatro iniciativas para prohibir los alimentos altos en grasas. O contrarrestar a los directores de escuelas que están eliminando los dulces y refrescos para imponer algo más ‘saludable’.

Las empresas no son neófitas en esto. Nestlé, Kraft, Coca-Cola, PepsiCo, Unilever y cadenas como McDonald’s, Burger King y Pizza Hut han ganado peleas ante tribunales en otros países. En 2002, una demanda judicial de dos adolescentes contra McDonald’s inició una oleada de querellas contra las cadenas de comida rápida.

Hasta ahora, los pocos analistas que se animan a opinar sobre el tema no ven un impacto en las ventas del sector. “Hay un hecho y es que no pueden dejar de vender, Bimbo va a seguir vendiendo sus Chocorroles; quizá sí hay repercusión tanto en sus costos como en desarrollo de productos reformulados (con cambios en su contenido) y, posiblemente, enfoquen más su publicidad a las nuevas tendencias saludables”, estima Marco Reyes, analista de Ixe.

A la madre de Ángel le gustaría que en su escuela dejaran de vender ‘comida chatarra’, tanto la industrial como la que ofrecen las cooperativas escolares y los puestos callejeros en forma de pambazos, gorditas y churros. “Allí no puedo controlarlo”. La probabilidad de que Ángel siga siendo obeso en la edad adulta es de 50%, y antes de eso podría desarrollar hipertensión o diabetes. “Si no se detiene la obesidad en niños, la actual generación de padres puede ser la primera que entierre a sus hijos”, añade Agustín Lara, director de Programas en el Adulto y en el Anciano, el único funcionario de la SS que habló con Expansión. “La expectativa de vida que se había ganado en tres generaciones se está perdiendo”, advierte.

En casa tampoco hay mucho control. Ángel pasa tres horas al día frente al televisor o con sus videojuegos, y come verduras y frutas, con suerte, una vez a la semana.

Juego de niñosLa primera alarma la dio la Organización Mundial de la Salud (OMS), hace cinco años, cuando identificó la obesidad como enfermedad, y aconsejó regular el contenido de los alimentos. En México, la obesidad apareció como un tema a vigilar, apenas en 2006, cuando por primera vez los resultados de una Encuesta Nacional de Salud encendieron la alerta: 70% de la población total con problemas de peso; obesidad (40%) o sobrepeso (30%). Lo que despertó el pánico fue la rapidez con que se esparcía entre los menores. El dramatismo era mayor en Baja California Sur, Yucatán y DF donde era superior a 35% de la población infantil. Mauricio, un capitalino de ocho años, ya sabe algo de esto. Según su nutrióloga, que lo ve desde mayo, pesa 15 kilos de más. Un día antes de cada consulta se enrolla plásticos en el abdomen y procura comer menos de lo indicado en la dieta, que rompió el resto de la semana.

“Las empresas somos atacadas y señaladas como responsables, pero es un problema multifactorial”, opina Jorge Meyer, vicepresidente de Relaciones Corporativas de PepsiCo. Éste es el argumento favorito de la industria cuando es señalada como causante de este padecimiento. Si en algo coinciden académicos, doctores e industria es que la obesidad debe atacarse por varios flancos.

Pocas escuelas tienen patios amplios o espacios para correr y profesores de educación física suficientes. “Movemos los brazos, damos tres vueltas al patio y, al final, quien quiera juega al futbol”, describe Ángel. El Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) concluyó, en un estudio al sur del DF, que los niños sólo tienen nueve minutos de actividad intensa o moderada, de un total de 40 que dura la clase. ”Eso una vez a la semana, en lugar de dos como marca la Secretaría de Educación, y lejos aún de los 150 minutos recomendados internacionalmente”, dice Juan Rivera Dommarco, director adjunto del Centro de Investigación en Nutrición y Salud, del INSP. Algo que refuerza el problema es el vacío de modelos. “El profesor no juega al futbol con nosotros”, se queja Ángel. Algunos adultos tampoco dan el mejor ejemplo. Un estudio de Ipsos Health reveló que 73% de las personas con obesidad considera que tiene el peso correcto.

La paradoja es que en México conviven pobreza y obesidad –80% de los diabéticos y con hipertensión son de estratos económicos bajos, registra la SS. Algunos estudios señalan que la desnutrición aumenta la propensión a engordar. Quien fue desnutrido al inicio de su vida, se acostumbró a metabolizar menos nutrientes. Y al recibir alimentos con más regularidad, tiende a almacenar energía en forma de grasa.

Son justamente los mexicanos con menos ingresos quienes encuentran un aliado en estos alimentos de menor costo que los productos light o más nutritivos. Su gran densidad energética aminora la sensación de hambre. “Cuanto más bajo el poder de compra más alto el contenido de grasas, azúcares y aditivos”, indica un estudio del Centro de Ciencias de la Salud, de la Universidad de Guadalajara.

“Si no se reconoce (el problema), no puede ser tratado”, dice Agustín Lara, de la SS. Ya una vez México ignoró señales. La diabetes asociada a la obesidad tiene ya rasgos de pandemia: 10 millones de mexicanos, el triple que hace 25 años. Se omitió el análisis y la previsión; ya hace 20 años se advertían cambios en los hábitos alimenticios.

Uno de los productos que ha ganado más lugar en el estómago de los mexicanos es el refresco. Lo que preocupa a autoridades y académicos es que se toma como líquido vital: 160 litros anuales por habitante. “Es el país donde más se consume Coca-Cola en el mundo”, confirma Fernández. En medio de la crisis alimentaria, sus ventas crecieron 11% en el primer trimestre del año.

Por eso es que el estudio de la ‘Jarrita’ golpeó duro a esta industria, que vende 12,700 MDD al año, según estimados de Euromonitor. La función de las bebidas es hidratar el cuerpo, no nutrir; sin embargo, hoy en día 21% de las calorías que consumen los mexicanos las obtienen ahí.

La industria calificó el estudio como inconsistente. “No toma en cuenta el contexto en que se ingieren ni a los productos no industrializados, ¿por qué prejuzgar que es mejor un agua de limón con dos kilos de azúcar que un refresco?”, señala Jaime Zabludovsky, presidente de ConMéxico. “Es válido tomar un refresco cuando te apetezca, si sabes que te hidrata y proporciona un pequeño placer. Al parecer hay gente que cree que venimos a sufrir a este ‘valle de lágrimas’”, dice Fernández, vicepresidente de Coca-Cola en el país.

Gestión de crisisLos congresos de los estados decidieron no esperar a esa ley nacional que no llega, y tomar acciones. La andanada no ha parado. Este año, han sido propuestos cambios en las leyes en seis estados. “Existe el federalismo, incipiente, pero existe”, señala en defensa Florentino Castro, secretario de Educación Pública de Sinaloa, donde el nuevo reglamento escolar permite certificar como escuelas ‘saludables’ a las que venden alimentos con valor nutricional.

En ocasiones, las propuestas de legisladores y funcionarios no resuelven el problema. Como en Sonora, donde algunos maestros hicieron de lado los productos procesados y comenzaron a vender pizzas, chilorio y pozole. Otras escuelas venden plátanos con chocolate para que los niños coman fruta o vasitos con mango, al doble de precio de un paquete de frituras.

Lo más grave no es la amenaza inmediata a las ventas, más bien hay un problema más duradero: el daño en la imagen de sus marcas. “No es tanto por el impacto económico, el solo hecho de prohibir genera una percepción negativa hacia el producto”, dice un cabildero que lidia con los estados más aguerridos.

Cambiar el lenguaje es otra de sus prioridades. “Nuestros productos son botanas divertidas que deben consumirse como tal, no como sustitutos de alimentos”, argumenta Meyer, de PepsiCo, dueña de Sabritas. Pero hay quienes ven en este discurso una falacia. “Si no usaran publicidad infantil podrían sostener el argumento, pero inducen de manera perversa patrones de consumo en la población vulnerable. Si las botanas las comes diario, por supuesto que son malas”, observa Abelardo Ávila, investigador del Instituto Nacional de Nutrición.

La organización El Poder del Consumidor tiene documentado que México es el país con la mayor cantidad de anuncios de estos alimentos en televisión: se transmiten 39 anuncios por hora, sigue Australia, con 29, y EU, con 24. Lo que antes era considerado como opcional ya es señalado como obligación para la industria. “La publicidad de productos alimenticios… no debe explotar la falta de experiencia y la credulidad de los niños”, dice la OMS en un llamado mundial.

“(Las empresas) están pasando por un momento crítico y deben tomar acción inmediata; quien no le invierta duro en estrategias de orientación al consumidor finalmente perderá más porque serán empresas sobrerreguladas”, abunda Francisco del Cueto, de la consultora de comunicación especializada en control de riesgos y manejo de crisis Del Cueto y Asociados. Un primer pasoLa industria sabe que le conviene adelantarse a una regulación inspirada en las pautas de la OMS. ConMéxico entregó el gobierno federal una propuesta de etiquetado, y tiene línea directa con el Congreso, que le informará de cuanta iniciativa surja.

‘Reducir’ y ‘tips saludables’ se convirtieron en palabras clave para la industria, a partir de la declaración de la OMS. “Las empresas están conscientes de que el contenido de sus productos puede contribuir al problema de obesidad aunque no lo reconocen públicamente. Por eso es que están haciendo versiones más saludables… y quitar esa imagen de que sus contenidos no son buenos”, señala Mónica Feldman, analista de Euromonitor.

Kraft sacó, desde 2005, los anuncios de TV para niños de seis a 11 años que no siguieran algún criterio nutricional (propiedades funcionales, reducido o bajo en grasas, azúcar o sodio, o libre de grasas trans). Y ha reducido las porciones de algunos productos. “Hoy, la mayoría de nuestros 33 tipos de galletas tiene presentaciones individuales”, dice Sonia Bozzi, directora de Asuntos Corporativos y Gobierno para México y Latinoamérica.

Kellogg’s se comprometió a que cada porción de sus cereales no exceda dos gramos de grasas saturadas y 230 miligramos de sodio, antes de 2009. Y en mayo pasado Coca-Cola y Pepsi anunciaron que eliminarán, este año, en todos los mercados, la publicidad y la mercadotecnia de bebidas dirigidas a menores de 12 años.

Un informe de JP Morgan y la administradora de inversiones Insight Investment ubicó a las europeas Danone, Unilever y Nestlé y a la estadounidense Kellogg’s, como las más activas en la transformación de sus estrategias. “Las estadounidenses tienden a centrarse en su mercado local, y hacen menos en otros mercados, principalmente en países en vías de desarrollo”, dice el análisis. Kraft y Cadbury quedaron en un nivel intermedio, mientras PepsiCo, Coca-Cola y Heinz se ubicaron en último lugar.

Las europeas reformularon sus productos a partir de las recomendaciones de la OMS, de limitar los contenidos de grasas saturadas y ácidos grasos trans, azúcares libres y sal, y de dar información comprensible al consumidor y adoptar prácticas responsables en su promoción y venta.

Unilever comenzó el plan gradual en 2004, y a la fecha redujo todas las grasas trans. Bimbo disminuyó entre 5 y 7% el contenido de grasa, azúcar y sal en 20% de sus 5,000 productos, asegura Brenda Salgado, coordinadora del Programa de Nutrición.

Pero lograr que una galleta más saludable no sepa a cartón es todo un desafío para la industria. “La idea es que se mantenga el mismo sabor y textura, por ejemplo, al cambiar azúcares por edulcorantes o la manteca de cerdo por aceites más sanos; el costo de esa sustitución es otro desafío”, reconoce José Montejano, director de Ingeniería en Industrias Alimentarias y Biotecnología del Tec de Monterrey.

Las raciones son otro frente de batalla. Grupo Bimbo lanzó presentaciones más pequeñas de sus botanas Barcel y galletas Ricolino. Pero las porciones son irrelevantes si el consumidor ignora cuánto debe consumir. La OMS recomienda a las empresas usar etiquetados con información clara que le permita tomar decisiones a los compradores. En México, es más sencillo entender el manual de un motor turbocargado que una etiqueta nutricional.

“La etiqueta obliga a declarar el contenido de sodio, pero sólo con decir que contiene tantos miligramos de sodio el consumidor no sabe si es mucho o poco”, dice Nidia Coyote, subdirectora de Políticas de Riesgos de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios.

Las dos normas que regulan el etiquetado de los alimentos y las modificaciones al contenido de los productos tienen 10 años de vida. La negociación con la industria para actualizarlas y homologarlas al referente internacional –Codex– lleva dos años y pocos avances. Además, aunque está comprobado el daño del consumo de grasas trans, exceso de sodio o azúcar, México aún no obliga a las empresas a declararlo. “No hay norma que regule cuánta sal o grasa saturada debería tener un producto”, advierte Coyote.

Kellogg’s fue pionera en incluir al frente de sus empaques una gráfica que indica el porcentaje de calorías, grasas y azúcar que lleva su contenido en el marco de una dieta de 2,000 calorías. Esta es una de las opciones que analiza la autoridad para ser incluida, por norma, dentro de los productos, y es un referente de ConMéxico para el plan de autorregulación de sus 30 empresas.

El cambio no será fácil. “A veces la gente se queja por las porciones pequeñas”, reflexiona Salgado, de Grupo Bimbo. Ahora, Unilever hace malabares para remplazar las grasas trans por otras más sanas, algo que podría dificultarle llegar a su meta de 2009, de reducir grasas en general. Según sus propias metas, antes de 2010 habrán terminado de reformular sus productos o reducir porciones. “Si no cumple con nuestros criterios globales de nutrición (los productos) no podrán anunciarse a niños menores de 12 años desde enero de 2009”, dice Ríos, de Kellogg’s.

La meta del gobierno frente a la obesidad no es tan precisa. Legislar o prohibir hábitos de alimentación y recomendar más actividad física es imposible. Por ahora, la SS quiere que la enfermedad no rebase el 35% para 2011 (ahora está en 30%), y al menos desea reducir 17%, en promedio, la mortalidad por diabetes y enfermedades cardiovasculares. “No vamos a dejar este país con menos gorditos de los que existen –dice Lara–. Sí vamos a diminuir el ritmo de crecimiento”.

Padres y maestros podrían tener que ver en eso. Algunas madres son las profesionales que ayudan a dar los patrones alimenticios en varios de los fabricantes. Hace cinco años, ellas entraron a las empresas de alimentos, luego de que las escuelas de medicina integraron Nutrición como cátedra obligatoria. Un grupo de estas profesionales formó, en 2006, una asociación de nutriólogas de empresas. La idea fue intercambiar buenas prácticas y revalorizar el rol del nutriólogo en la industria.

No es fácil vérselas con mercadólogos y pelear que las papas ya no sean fritas sino horneadas. “Cómo los convences de incluir una tabla nutrimental más grande en el empaque que ya está ocupado por un logo promocional”, dice una de sus miembros. La demanda no es suficiente para investigar y bajar precios. Hoy los alimentos saludables y light sólo aportan una tercera parte de las ventas del sector, sin contar las bebidas.

Una fórmula difícil: lograr mexicanos mejor nutridos y con su peso adecuado que no dejen de comprar. La industria quiere más consumidores; el gobierno, menos pacientes. Al menos, la pelea desató una carrera contra el tiempo para ver quién pierde menos dinero.

Publicado en CNNExpansión